Estoy investigando el universo de los tintes naturales, estudiando y probando diversos mejunjes con distintos tejidos y cada vez estoy más captada por el tema.
A su vez, he rescatado varios libros de la estantería para imbuirme del ancestral saber, y he encontrado una bellísima – a pesar de dramática- leyenda de Liberia que relata el descubrimiento del tinte índigo.
Hela aquí:
«Hace muchísimo tiempo, cuando Diós creó la Tierra para irse a vivir al cielo, éste quedó muy cerca del suelo y con solo estirar el brazo se podía arrancar un pedazo azul. Esto era un inconveniente, pués tenían que andar con mucho cuidado de no golpear el manto celeste en sus actividades cotidianas, lo que hubiera molestado muchísimo a los espíritus de los muertos; Sin embargo, cuando estaban tristes, se podían comer un trozo de cielo y esto les reconfortaba el corazón.
Una mañana, la joven Asi se dirigió a la orilla del río; Llevaba a su hija atada a la espalda en un «lappa» de paño blanco. Llegó hasta el pequeño altar dedicado al espirítu del río y se dispuso a encender el fuego sagrado para cocer el arroz y ofrecerlo al espíritu. Recolectó ramas para encender el fuego y con hojas de las plantas cercanans preparó un mullido colchón para sobre el que extendióo la «lappa» y depositó la niña dormida.
Era un día espléndido de luz y Asi contempló despacio el azul del cielo y del agua en las pozas del río. Miró la «lappa» tan blanca y le pareció triste y sin vida. Sin querer, pensó que le gustaría comer tal cantidad de cielo que su piel y su pelo se volvieran azules. Inmediatamente se arrepintió de haber tenido un pensamiento tan egoísta, pués sabía que a los dioses sólo podían pedírseles cosas que beneficiaran a todo el poblado. Pero ya no tenía remedio. Se ocupó del fuego, puso el agua y arroz y para tranquilizarse decidió comer un trozo de cielo.
Enseguida le invadió una gran dulzura. Se sintió raíz bajo la tierra absorbiendo por todos los poros la humedad del río; después , su espíritu voló a las alturas y penetró en «el pájaro veda», el que tiene el plumaje de un azul tan intenso que hace daño a los ojos. Por segunda vez no pudo controlar su deseo de poseer ese color. Estaba tan borracha de cielo que sin darse cuenta se quedó dormida.
La despertó un fuerte olor a quemado. era el arroz que se había pegado a la olla sagrada. Había dejado estropear la ofrenda a los espíritus! Cuando volvió la cabeza vió que su hija había rodado fuera de la «lappa» y yacía en el suelo boca abajo. En el centro del paño blanco, algo llamó su atención;Había una gran mancha azul justo donde la niña se había hecho pis.Corrió a levantarla. Estaba muerta. Era el terrible y desproporcionado castigo a su egísmo.
En su desesperación frotó con las cenizas del fuego sagrado su pelo y cara, y su desconsuelo le hizo verter ríos de lágrimas que se mezclaban con las cenizas y caían sobre la «lappa» en la que había vuelto a arropar el cuerpo de su hija. Tanto lloró que acabó desmayándose, pero su inconsciente oyó la voz del espíritu del agua que que le hablaba. Le explicó lo que era la mancha azul.»Las hojas que has arrancado son las de la planta del índigo. Para que su color surja y permanezca es necesario mojarlas con orines, sal y ceniza; Como ves, todo lo ocurrido era necesario, incluso la sal de tus lágrimas y la ceniza de tu duelo. Ahora es tu deber sagrado transmitir este conocimiento pero solamente a aquellas mujeres que, por su edad, ya no pueden tener hijos.»
Asi volvió al poblado y, tal como le había ordenado el espíritu, instruyó a las ancianas en el arte de teñir los tejidos de azul.»